«Para ti no es un verano cualquiera, es un punto y aparte en tu vida»

La Ong Behar Bidasoa volverá a participar este año en el programa Juventud Vasca Cooperante del Gobierno Vasco. La organización de la comarca ofrecerá a los cien jóvenes de entre 22 y 30 años que resulten seleccionados la posibilidad de desarrollar su beca en el Polo de Desarrollo de Pereira, en Colombia, durante tres meses. Allí trabajarán sobre un proyecto enfocado en la educación y la salud, en una ciudad con una fuerte presencia de personas desplazadas por la presión de los guerrilleros y los paramilitares.

El Gobierno Vasco busca con estas becas «sensibilizar a la gente joven del País Vasco en acciones de cooperación en países del sur» y fomentar entre los mismos «una cultura de solidaridad entre los pueblos y las culturas», realizando un voluntariado que a pesar de ser cada vez más escaso –prueba de ello son las múltiples agrupaciones populares que no  encuentran relevo en las nuevas generaciones –, año a año es más necesario.

 

Esta oportunidad de vivir una experiencia transformadora se está encontrando con un volumen de inscripciones cada vez menor, y a falta de poco más de una semana para cerrar las primeras listas –el plazo termina el día 17–, una de las tres jóvenes vascas que colaboró el pasado verano en el programa de Behar Bidasoa anima a los jóvenes a «abrir un paréntesis enriquecedor en sus rutinas. Para tu alrededor será un verano cualquiera, pero para ti será un punto y aparte en tu vida que guardarás para siempre».

 Behar Bidasoa lleva más de 20 años colaborando con las Hermanas Pasionistas en el barrio marginal de Las Brisas

Ane Salbarredi, natural de Berastegi, tuvo claro desde niña que quería aportar su granito de arena como voluntaria en una región desfavorecida. Es educadora en una escuela con niños con necesidades especiales, además de auxiliar de enfermería con titulación en  Integración Social. Después de intentarlo durante dos ocasiones, a la tercera fue preseleccionada para acudir al Albergue de Barria. En el recinto alavés tuvo diferentes pruebas y formaciones como «charlas, actividades o juegos de cooperación» para que los responsables conozcan a los voluntarios y decidir el destino al que acudirían. Salbarredi pudo viajar a Asia o África, pero su formación y currículum le llevaron a Pereira, Colombia. Junto a ella estuvieron la gasteiztarra Marina Alva y la getxotarra Aintzane Plaza, quienes a pesar de ser unas desconocidas terminaron siendo «dos grandes amigas» para ella.

 Los «miedos y dudas» la abordaron antes de partir al Polo de Desarrollo, pero una vez junto a sus compañeras y las monjas pasionistas, con las que Behar Bidasoa lleva más de 20 años colaborando, estuvo contenta de la decisión tomada desde el primer día. «Las trabajadoras y la gente de  Pereira eran abiertas. Lo poco que tenían querían compartirlo conmigo, ayudarme. Me recibieron muy bien y nunca tuve ninguna mala experiencia», cuenta.

Su voluntariado se definió en ayudar a niñas de 0 a 10 años en el orfanato Nuestro Hogar, en el centro de la localidad. «Mi día a día era levantarlas, darles de comer, bañarlas, llevarlas al colegio, traerlas de vuelta… Pasaba día y noche con las niñas», relata la cooperante. La mayor parte de los tres meses estuvo sola, con Aintzane y Marina en el

barrio de Las Brisas, una zona «delicada» y marginal de chabolas, donde la institución pasionista cuenta con un comedor social y una ludoteca e imparten diversos talleres a los locales. Los domingos se unían en el orfanato, y aprovechaban para «dar clases de inglés a las niñas, hacer ejercicios de gimnasia o enseñar a las más pequeñas a andar».

«Repetiría muchas más veces»

El voluntariado en Colombia durante esas doce semanas cumplió tanto sus expectativas que Ane Salbarredi repetiría sin duda: «Me gustó mucho la experiencia, repetiría muchas más veces. Les he comentado a mis amigas y a gente de mi alrededor que vale mucho la pena. Es una experiencia única que puedes vivir en tu vida. En estos tres meses me he metido en una burbuja en la que he actuado como ‘amatxo’ para muchas niñas que por desgracia viven un día a día muy duro. No me costaba pasar tiempo en el orfanato, y para ellas tener un nuevo referente ha sido muy enriquecedor. De vuelta he recibido mucho amor e ilusión», explica la cooperante.

Por otro lado, siente que este programa le ha aportado herramientas para poder desenvolverse fuera del ámbito conocido, y también «otra perspectiva para enfrentarte a los problemas». «Estaba sola. He tenido mis altibajos y mi morriña, y al estar a kilómetros de mis allegados he podido gestionarlo conociéndome mejor», asegura Salbarredi.

Para los que se estén planteando ofrecerse como voluntarios por tres  meses, la educadora tiene un mensaje: «Supone un cambio de chip una vez regresas. Es un reto que te permite en un verano conocerte mejor y potenciar las herramientas y cualidades que tienes en un entorno nuevo. Para mí, debería de ser obligatorio pasar tres meses fuera de nuestra  zona de confort».

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