“Es de noche. Una noche cálida, tropical. Sobre el viejo y gigantesco mango lucen miles de estrellas… y a lo lejos suenan los tantanes. En algún poblado hay una fiesta.
Los niños duermen hace rato, aunque una de las más pequeñas ha tenido una pesadilla y se ha despertado llorando. Ahora duerme abrazada a mi, hundiendo su cabecita en mi pecho como buscando un refugio, un lugar seguro donde cobijarse.
Me conmueve el sufrimiento pero, sobretodo, el sufrimiento de un niño… y esta pequeña sufre.
Esta casa, este hogar, arropa muchos pequeños corazones rotos. Un día se les quebró la risa, se les deshicieron los sueños…y sin embargo, aun brilla en ellos un destello de luz. No todo está perdido y al calor del amor estos pequeños recobran el brillo en la mirada, la risa en los labios, la sonora carcajada que les nace desde dentro…y el abrazo… el abrazo tierno y fuerte que les trasmite la vida, la esperanza, la alegría y la certeza de saberse queridos, queridos como son, sin límites, porque si, sin condiciones. La certeza de saberse queridos como Jesús nos quiere…. ¡gratis!
Cuando miro hacia atrás y recuerdo el día que pisé África por primera vez, no puedo menos que sonreír y hacerlo agradecida. Fue un maravilloso regalo.
Entonces yo no sabía que un día, después de muchos años, estaría aquí, sentada en un taburete indígena contemplando la noche con una pequeña dormida en los brazos y… ¡feliz!
Entonces tan solo sabía que una fuerza me empujaba a marchar y que era más fuerte que yo. No podía resistirme y, de haberlo hecho, hubiera dejado de ser yo. SÍ, aquello era una locura, como casi todo lo que Jesús nos propone, pero una locura estupenda y no me la podía perder.
Aquí, en África, en medio de tanta pobreza, injusticia y sufrimiento he descubierto a Jesús. Un Jesús que me estaba esperando, que quería que le encontrara aquí y ese encuentro me ha cambiado, me ha hecho entrar en su lógica. Una lógica donde el último es el primero, el pequeño el grande, el pobre el rico, el abandonado el más querido.
Aquí he aprendido a saberme pequeña, débil, indefensa y precisamente por ello querida y sostenida por El. Y si El sabiéndome así me lleva en sus brazos. ¿Cómo podré yo negarme a llevar en los míos a todos estos pequeños, a este Jesús africano que me mira desde lo más profundo de sus ojos de azabache?”.
Es el testimonio de una vida Entregada, Ella se llama Isabel Segarra, es de Madrid y trabajó algunos años de voluntaria en nuestros hogares. Después de la jornada laboral como educadora en un colegio, dedicaba largas horas de su tiempo «libre » a nuestros niños. Lo mismo les acompañaba en el estudio, como a disfrutar del día, parque, cine etc…
De cara al verano se planeó dedicar sus vacaciones a una experiencia misionera y se fue al Congo, donde nosotras- Hermanas Pasionistas estamos presentes. Isabel se incorporó a la Comunidad de Lumbi, en plena selva. Dedicó su tiempo a las tareas del campo, al dispensario que atienden las Hermanas, etc… La vida allí no es fácil, pues se carecía de lo más elemental: agua, luz, etc.
Pero eso no fue ningún impedimento para que, de vuelta a España, Isabel estuviera convencida de que algo tenía que hacer por aquel pueblo. Cada uno tenemos nuestros momentos fuertes en la vida para tomar decisiones de envergadura, y para ella aquel momento había llegado. Vino con el firme propósito de dejar su trabajo, una vida hecha, y decidió volver a aquellas tierras. No cabe duda de que la llamada había sido fuerte. Isabel no escatimó nada. Su respuesta fue tajante y se fue al Congo: había descubierto que su sitio estaba en medio de esas personas El Señor quería que su corazón y su vida se centraran en ese rincón del África. Nuestro gozo fue múltiple al saber que ella deseaba hacerlo dentro de nuestra Familia, como Hermana Pasionista.
Después de cuatro años en el Congo, Isabel fue a fundar una nueva comunidad en Tanzania. Y se encuentra allí desde hace 16 años. Primero comenzó un nuevo proyecto en Arusha, cerca de la frontera con Kenia y ahora está en Bagamoyo, en la costa. Su hogar de niños se llama “Kamelot” y, como ella afirma siempre, es una familia, aunque tenga 25 niños y niñas.