Nuestra historia tiene sus orígenes en la ciudad de Florencia (Italia) a comienzos del siglo XIX, una época marcada por grandes convulsiones sociales, políticas y religiosas, originadas en gran parte por la Revolución francesa y las invasiones napoleónicas. Es en ese contexto donde encontramos a esta “SAMARITANA de la CALLE”, que merece la pena conocer.
María Magdalena Frescobaldi nace el 11 de Noviembre de 1771. Es la tercera hija de los marqueses Frescobaldi-Quaratessi, una familia que vive con intensidad su fe cristiana. Su madre, mujer de fe y de gran sensibilidad hacia los más desfavorecidos, es quien se ocupa especialmente de la educación de sus hijas y les inculca la vida de oración, la lectura meditada de la Pasión y, al mismo tiempo, el compromiso con los pobres y enfermos del entorno. A los 19 años, como era habitual en su época, se casa con el Marqués Pedro Roberto Capponi y tiene 4 hijos.
Magdalena fue una mujer probada por el sufrimiento: perdió a tres hijas de corta edad; tuvo que vivir la ocupación de los soldados franceses y el exilio en Austria; acompañó a su marido en su larga enfermedad; tuvo que educar a dos nietas cuando falleció su nuera… La invasión de Florencia por las tropas de Napoleón llevó a Magdalena, a su esposo y a su hijo al exilio en Viena.
Encuentro con la pobreza
A su regreso, la primavera de 1803, Magdalena se encuentra con los graves problemas de su ciudad: la miseria causada por la guerra, los enfermos sin recursos; las prostitutas y los niños de la calle.
Magdalena se siente movida interiormente y, junto a otras compañeras, comienza a prestar su servicio como voluntaria en el hospital de incurables “San Bonifacio” de Florencia. Ayudan a dar de comer a los enfermos, los lavan, les leen libros, enseñan el catecismo… Las enfermas que más le llaman la atención en el hospital son las mujeres caídas en las redes de la prostitución, a las que trata con especial cariño. Son mujeres que emigran a la ciudad buscando un futuro mejor y se encuentran solas, desorientadas, sin recursos, sin cultura, sin apoyos, siendo victimas de un mundo que les daba la espalda y las consideraba como simples objetos o recursos. Hoy, en muchos lugares, las mujeres también sufren discriminación o violencia por el hecho de ser mujeres.
Magdalena cree en la capacidad de recuperación de la persona. La contemplación del Crucificado, entregado totalmente por amor, el cariño y la acogida, la educación y la convivencia diaria tienen la fuerza constructiva necesaria para que la persona recupere su dignidad y sea una CRIATURA NUEVA. Cree en la educación para formar personas libres, felices y fuertes y también como prevención del fracaso y de la marginación.
Queriendo dar respuesta a esta realidad, en 1812 funda la primera casa “Retiro”, una casa de acogida para las jóvenes que libremente quieran salir de la vida de la prostitución. El amor del Crucificado-Resucitado que da su vida por todos, le impulsa a Magdalena a creer en las personas y a gastar su vida por ellas.
En esa casa, Magdalena pretende prepararlas para afrontar la vida:
- Alfabetizarles y formales en habilidades para integrarse en el mundo social y laboral.
- Acompañarlas educándolas desde el amor, la comprensión y la cercanía.
Un nuevo PROYECTO de VIDA
El 17 de Marzo de 1815, cuatro jóvenes ex prostitutas comienzan una nueva forma de vida comunitaria centrada en la memoria de la Pasión de Jesús, a la luz de la espiritualidad del gran místico Pablo de la Cruz. Estas jóvenes proceden de la casa que Magdalena había abierto en 1812, para la educación y la convivencia diaria y su posterior reinserción en la sociedad.
Este pequeño núcleo será el origen de la Congregación de las Hermanas Pasionistas de San Pablo de la Cruz. En 1817 Magdalena solicita al General de los Pasionistas, P. Tomás Alvesano, la unión espiritual con los Pasionistas.
Magdalena escucha el clamor de las personas crucificadas de su tiempo y conecta con la espiritualidad de San Pablo de la Cruz (fundador de los Pasionistas). Se preocupa también de que la nueva comunidad se construya sobre la base de “un solo corazón y una sola alma, una sola voluntad en el amor”.
Magdalena va conociendo otras realidades sociales y detecta nuevas situaciones de vulnerabilidad (niñas que están en la calle desprotegidas de sus familias), mientras sus padres trabajan. Es, en 1832, en el pueblo de San Romano, cercano a Florencia donde Magdalena queriendo dar una respuesta a este problema, da un paso adelante y abre una escuela para atender a las niñas que viven una situación de fragilidad y así, da una solución educativa para que puedan ir formándose como personas responsables. Magdalena tuvo esa disposición de crear espacios de oportunidad.
La vida de Magdalena fue toda ella un mensaje. Era una gran mujer y una gran educadora que dejó lemas como “Enseñar, prevenir y educar”, “Educar con amor y perseverancia”. Ella impulsaba a las primeras hermanas a trabajar con los niños y jóvenes para que fueran personas autónomas y les educaran en valores humano-cristianos.
El invierno de 1838, María Magdalena cae enferma y se va debilitando poco a poco. El 8 de Abril de 1839 fallece en su Florencia natal, después de una vida entregada a favor de los más débiles.