Con el lema “Recuperar el ritmo y la comunidad”, 23 personas pertenecientes a comunidades cristianas del barrio de San Francisco han participado en un encuentro el sábado 27 de noviembre en el centro social Claret Enea de la Plaza Corazón de María. Oración, relación, diálogo y compromiso han sido los pilares de este encuentro.
La presencia de personas y comunidades cristianas en el barrio de San Francisco es una realidad que históricamente ha mostrado el compromiso por vivir y compartir fe y misión en este territorio privilegiado para el encuentro con Dios y para el compromiso con la construcción de una sociedad más justa e inclusiva.
En ese sentido, las comunidades, laicas y religiosas, de ADSIS, Claretianos, Itaka-Escolapios, La Salle, Norai, Oblatas y Hermanas Pasionistas, vienen construyendo un proceso y un espacio de encuentro que tiene por objeto profundizar en las relaciones intercomunitarias y fortalecer la misión que compartimos en la transformación de nuestro barrio. Un proceso que tuvo su último encuentro el 8 de febrero de 2020 y que se vio interrumpido por la emergencia sociosanitaria y la persistencia de la pandemia.
Este sábado hemos recuperado ese espacio de encuentro que, como no podía ser de otra forma, ha comenzado con una oración y con un recuerdo especial y emocionado para las personas de nuestras comunidades que han perdido la vida a causa de esta pandemia o por otras enfermedades.
Una buena parte de la mañana se ha dedicado a compartir el diagnóstico de la realidad de nuestro barrio en el que, desde el inicio de la pandemia, hemos observado con preocupación el aumento de las situaciones de emergencia social y pobreza: exclusión económica, urgencia habitacional, ausencia de alternativas para las personas jóvenes, aumento de las barreras para el desarrollo de los proyectos de vida de personas inmigrantes, soledad de las personas mayores, aumento de problemáticas relacionadas con la salud mental, necesidades en el ámbito de la espiritualidad no atendidas… Situaciones que se ven aumentadas por las deficiencias e insuficiencias de la intervención de los servicios públicos: la no presencialidad en la provisión de servicios esenciales, el desborde de los servicios sociales y de salud, las dificultades para poder optar al derecho de empadronarse, la descoordinación institucional, la falta de integralidad en el abordaje de la intervención social, etc.
Hemos reconocido, así mismo, las limitaciones y las dificultades de las personas y organizaciones que trabajamos en este contexto y en esta coyuntura: el cansancio y la pérdida de perspectiva, la impotencia, la ausencia de horizontes esperanzadores, la descoordinación y la falta de marcos de trabajo conjunto, la falta de creatividad social, etc.
Pero, retomando la metáfora del poliedro que este año preside las actividades de nuestra Diócesis, hemos encontrado otras caras y otras visiones que también están presentes y alientan nuestro compromiso: la hospitalidad y la construcción de espacios de encuentro, la denuncia profética y el anuncio -con alegría- de un futuro mejor, la construcción de redes de solidaridad y apoyo mutuo, la corresponsabilidad, la riqueza de la interculturalidad, la mirada centrada en las personas que más sufren, las semillas y la levadura necesarias para el cambio que extendemos a nuestro alrededor…
Toda esta reflexión la hemos puesto, finalmente, en presencia de Dios con la celebración de cierre del encuentro. Una celebración que, partiendo de la parábola del Buen Samaritano, ha servido para renovar el compromiso de seguir construyendo un barrio y un futuro mejor para sus vecinas y vecinos. Un compromiso para profundizar también en el desarrollo de este espacio intercomunitario de fraternidad cristiana. Una celebración, finalmente, de agradecimiento por encontramos en el mismo camino, compartiendo la misma fe y llamada de Dios en medio de las calamidades, pero también de las esperanzas, que habitan nuestro barrio.